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La reconocida actriz escribió en su columna publicada en El Tiempo que de su embarazo solo supo en principio ella sola, porque no se lo dijo al padre de la criatura, “un muchacho” con el que creyó que se “casaría y moriría de vieja”, y del que dijo haber estado “enamorada hasta los huesos”.
Con todo, pese a su estado de gravidez y su enamoramiento, seguía segura de que nunca sería mamá. “Me le medí sin dilemas y sin consultarle, a sabiendas de que ese silencio sería un hecho aún más violento. Quería correr con la total responsabilidad de mi decisión y lo hice así, impulsada por mi rebeldía y mi ambición de ser yo misma, dispuesta a pagar el precio emocional que la vida me cobrara por mi libertad”, escribe.
También cuenta que después de confirmar su embarazo, fue a una “clínica de mujeres” en donde, si bien no era un sitio “clandestino”, “no controvertían ese servicio en particular”. Y cuando le preguntaron por los motivos de su decisión, simplemente respondió con su verdad: “Porque no quiero tener hijos”. ¿Cuándo fue? La única pista que da es que ocurrió cuando era “demasiado joven”.
Sobre el procedimiento en sí y las consecuencias en su persona, lo que cuenta De Francisco es suficiente para provocar escalofríos: “Fue rápido y grotesco. Un tubo de aspiradora me hurgaba el estómago como un roedor, algo de no repetir. Al siguiente día tuve que juntar trozos de alma para armar una cara decente y sacarla a la calle, mientras mis entrañas y mi corazón sangraban, porque abortar, aunque yo lo considere defendible, es […] un acto violento, como también lo es dar a luz”.
Para ella, “lo brutal no está en la asociación absurda con un asesinato, sino en la embestida frontal del prontuario triste de pecadoras y culpables que nos ha humillado durante siglos. ¡Ser mujer siempre ha dolido! Pariendo, abortando o negándonos a concebir, no tenemos salida”.
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